Es una realidad que ninguna vamos a discutir: el hecho de que entre nosotras las mujeres, a menudo, lo que menos demostramos tener es solidaridad.
Lo tomamos como normal, que las mujeres compitamos entre nosotras. A dondequiera que vayamos (en casa, en la escuela, en el parque con las demás mamás y por supuesto en el trabajo), las mujeres nos atacamos sin clemencia: hablando a las espaldas, criticando, juzgando duramente y humillándonos las unas a las otras.
¿Por qué lo hacemos?
¿Por qué somos, nosotras las mujeres, nuestro peor enemigo?
¿Será porque nos creemos la mentira de que, si otras fallan, nosotras tendremos éxito? Por eso, cuando decimos que una mujer es poco atractiva, nosotras nos sentimos muy bellas. Cuando comentamos lo gorda que se ha puesto ella, nosotras nos sentimos mucho mejor con nuestro cuerpo. Cuando nos reímos de los fallos de las demás, nos sentimos bien porque pensamos que nosotras lo hacemos mejor. Nos gusta escuchar lo mal que le va a ella porque de esa manera nosotras sentimos que nuestra vida es mejor. Mientras los hombres admiran a una mujer que se destaca, muchas mujeres la odian.
Incluso, cuando nos dignamos a decirle a otra mujer algo bueno, un piropo, terminamos añadiendo un final cruel:
- Estás muy guapa, pero…
- Te veo mejor que nunca… ¿has adelgazado, por fin?
- ¿Ropa nueva? Ya era hora…
- Me gusta tu maquillaje, pero…
Actuar de esta manera demuestra, sin duda, falta de seguridad en nosotras mismas. Actuamos así porque nuestra autoestima no es fuerte, porque nos comparamos, constantemente, con las demás.Necesitamos comprender que en el universo hay un lugar especial para que cada mujer brille con luz propia. Que el hecho de que ella brille no restará resplandor a nuestra propia luz.
Somos mujeres, y por eso tenemos que desear el triunfo una de la otra.
Dejémonos de atacarnos y aprendamos a admirar la belleza que cada una de nosotras poseemos.
Dejémonos de atacarnos y aprendamos a admirar la belleza que cada una de nosotras poseemos.
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