Desde pequeña viví una vida de violencia. Crecí con muchos traumas debido a mi padre, bebía demasiado, vivía agresivo y, consecuentemente, agredía mucho a mi madre, a mí y a mis hermanos.
Él nos golpeaba mucho.
Y para huir de aquella vida, salí de casa cuando conocí a una persona que creía que era mi príncipe encantado y me viene a vivir a Curitiba con él.
Pero en vez de eso, mi vida se tornó igual que la de mi madre. Mi marido bebía mucho.
Nosotros vivíamos y trabajábamos en una empresa. Mi vida era el trabajo y la casa.
En este tiempo era golpeada y sufría violencia sexual. Recibí muchos golpes y tengo carias marcas en mi cuerpo hasta hoy, y también en el rostro.
En una de estas peleas decidí irme a la casa de mis padres y al regresar, después de un fin de semana, lo encontré en nuestra cama con otra mujer. Él, borracho, aun así me pegó.
Decidí terminar esta situación y me fui definitivamente a la casa de mis padres con mis dos hijos pequeños de 6 y 7 años. Intenté recomenzar mi vida. Conseguí un empleo de vigilante. Pensaba que las cosas iban a mejorar.
Un domingo, como de costumbre, él apareció para llevar a los hijos, para pasar el día con ellos.
Después de algunas horas me llamó, borracho y pidiendo volver. Yo dije que no. Algunas horas después me llamó nuevamente y dijo que me enviaría un regalo. No le di importancia, pues creí que me daría algo con la intención de que volviese con él. Pasado algún tiempo, me llamó nuevamente y dijo: “Ven a buscar tu regalo que ya está aquí”.
En ese momento me helé y sabía que algo malo había sucedido por su tono de voz.
Decidí ir a su casa y cuando llegué encontré a mi hijo muerto. Él mató a nuestro hijo de apenas 6 años asfixiándolo frente a mi hijo más grande.
Tomé a mi hijo en los brazos, salí corriendo para pedir ayuda, pero ya era demasiado tarde.
¡Allí acabó!!!
Me desmoroné, quería desaparecer y morir. Comencé a beber intentando olvidar. Abandoné a mi otro hijo. Intenté suicidarme, tomé 120 píldoras de un medicamento. Estuve internada. Había perdido un pedazo de mí.
Mi vida estaba totalmente destruida. Entré en depresión profunda. Me olvidé de mí, ya no sonreía, no me arreglaba, no me bañaba. Existía un vacío enorme dentro de mí. Morí.
Estaba sola. Sufrí demasiado.
Lo denuncié y fue preso después de tres días de lo ocurrido, y continúa preso hasta hoy, cumpliendo la pena después de ser condenado por la justicia.
Comencé a vivir con un rencor muy grande. Desde entonces me cerré, no hablaba sobre el tema y nunca más lo vi.
Conocí a otra persona, quedé embarazada y tuve una hija. Y esta pareja me abandonó. Nada me hacía feliz.
Entonces recibí una invitación para ir al Proyecto Rahab, y al llegar al encuentro escuché la historia de una voluntaria. Pensé: “Si ella pudo, yo también voy a poder”.
Desde entonces no falté a ningún encuentro y fui poniendo en práctica todo lo que aprendía en las charlas. Y eso me dio fuerzas. Quería cambiar y vencer todo aquello.
Entonces, en uno de los encuentros, en una charla, percibí que necesitaba perdonar, librarme de aquel sentimiento que me hacía tan mal.
Ahí desperté a la vida.
Fui a todos los encuentros desde el primero, sólo falté a uno. Ese día fui junto al abogado a visitar a mi exmarido. Sólo tuve fuerzas porque sabía que en ese momento las voluntarias estaban realizando la reunión. Y esto me ayudó.
En la prisión, hablé con él y le pedí perdón. Él también me pidió perdón y lloró mucho.
Hoy, me libré del rencor, de la tristeza y del dolor.
Soy una Rahab, una nueva mujer y soy feliz.
Izabete Raimundo